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Leo en varios sitios, virtuales y reales, información y consejos sobre la toxicidad que nos rodea y que vive en nuestro interior. Sobre conductas socialmente detestables y cuestionables que hay que evitar realizar y soportar. Desde compañías cuya único cometido es quejarse de la vida hasta parejas que obligan a la otra parte a hacer, decir y pensar tal y como hacen ellos. Hay mucha información sobre las personas y relaciones tóxicas. No puedo sino sentirme aludido al ser una realidad que conozco de primera mano: soy una persona tóxica, aunque cada vez menos. Echando la vista atrás, sin estar físicamente ahí y con la “madurez” que me acompaña, he logrado entender ciertos comportamientos negativos que no me atrevería a repetir por tener algo llamado empatía. Al haber estado en ambos lados, me gustaría compartir pequeñas reflexiones.
Ser o estar con una persona tóxica no tiene por qué ser siempre algo negativo. A veces es conveniente que alguien nos ponga en nuestro sitio o que esa persona nos sirva de ejemplo para ponernos límites y no terminar siendo como ella.
Las personas tóxicas pueden no serlo ni siempre ni para siempre. Hay ciertos pensamientos y hechos que pueden empujarnos a tratar a los demás y a nosotros mismos de forma equívoca al contemplar la vida desde una óptica pesimista y egocéntrica. Una persona normal ha sido una persona tóxica alguna vez que otra.
La etiqueta “persona tóxica” se está usando a la ligera. Que hablen de ti a tus espaldas no denota una persona tóxica, puede simplemente ser un cotilla o tener una vida aburrida y si no te ascienden puede que no sea porque tu jefe sea un capullo. Una persona normal puede contener una cierta cantidad de egocentrismo, pesimismo y tratar regular a los demás sin tener que ser necesariamente una persona tóxica.
Seguramente la persona tóxica os hará sentir mal o realizar actividades que de otra forma no haríais (perder el control, beber, fumar, montar en bicicleta por la carretera en pelotón sin respetar